Licencia Creative Commons
Rarezas Literarias por Éxort se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

domingo, 15 de diciembre de 2019

La cena

El reloj marcaba las once y media de la noche. Menos mal que le había enviado un mensaje para que no me esperase despierta, que la pobre iba a tener también un día movidito en el estudio. Odiaba hacerle favores al jefe después del cierre, pero tenía que ganarme un pequeño extra para las fechas que se acercaban. En un par de días era navidad y tenía que conseguir el dinero para poder comprarle el detalle que tanto tiempo llevaba diciéndome que quería. Era una bobería según ella, pero sé que le haría ilusión que se la regalase, así que estaba dispuesto a hacer lo que fuese por conseguírselo. En un par de días me ingresaban la nómina y podría ir a aquella tienda a comprárselo. Me encanta ver su sonrisa cada vez que se ilusiona por algo, me devolvía la vida y la alegría en esos días de mierda en la oficina de trabajo intenso.  Era como un ángel, radiante y espléndida, perfecta. 

De camino a la estación de guaguas, paré por un kiosko para comprarle una tabletita de Toblerone, que sabía que le encantaba ese chocolate. Miré de nuevo el móvil para ver la hora. Las doce menos cuarto y mi línea se estaba retrasando. Abrí el whatsapp y le mandé un mensaje diciéndole que iba a tardar un poco por culpa de la maldita guagua, que si ya había cenado y todo, que se fuese a acostar. Trataría de hacer el menor ruido posible para no despertarla al llegar. Ella me respondió casi al instante diciéndome “Sí, cenada y duchada. Te dejo la luz de la cocina encendida, nos vemos después en el mundo de Morfeo. Te quiero!”. Bloqueé el móvil y suspiré, nervioso por el retraso del transporte. Hacía bastante frío en la estación de La Laguna, y a pesar de que llevaba puesto mi abrigo más calentito, el frío se colaba por cualquier hueco que encontrase y recorría el interior de la misma, dándome escalofríos. Tras una pequeña espera de diez minutos, apareció por fin mi línea y me subí. El cansancio podía conmigo. Sentía como los párpados empezaban a batallar por mantenerse abiertos y mi mente luchaba por no desconectarse, dejándome a merced de la guagua. Me senté al lado de la ventana, cerca de la puerta de salida. Apoyé la cabeza en el cristal mientras me ponía los auriculares para escuchar algo de música cuando me percaté de que afuera estaba empezando a llover. Y yo sin paraguas. El trayecto se me hizo eterno contemplando como las gotas de lluvia recorrían de lado a lado el cristal, mientras sonaba Sadic Smile a todo trapo en mi cabeza. Llegué a mi destino y, como si me persiguiese el propio Krampus, corrí hasta la puerta de mi casa empapándome de arriba abajo. Con cautela y cuidado, saqué las llaves del pantalón y entré intentando hacer el menor ruido posible. Cerré la puerta tras de mí y entré en la cocina lentamente, dejando las cosas sobre la mesa salvo el Toblerone. Me quité los zapatos y subí lentamente las escaleras hasta entrar a nuestro cuarto y allí estaba, acostada en la cama. Su rubia melena suelta, su camiseta recortada que tanto me gustaba vérsela puesta y con la manta tapándole hasta la cintura. Era preciosa la imagen. Me acerqué lentamente hasta ella colocándole el pelo detrás de la oreja, dándole un suave beso en la frente mientras dejaba el chocolate sobre su mesilla. La tapé un poco más porque la veía tiritando levemente y le volví a dar otro beso, pero esta vez en la mejilla. Con gran astucia logré esquivar sus tenis y la montaña de ropa sucia que había dejado en un lado de la habitación. Me acerqué a mi mesilla, cogí una muda de ropa interior y dirigí al baño con la intención de darme una buena ducha caliente. No quería ponerme malo después del chaparrón que me había caído encima. Cerré la puerta del baño y abrí el agua caliente de la ducha, comenzando a desvestirme. Me metí en la ducha y me solté el moño, dejando que mi larga y negra melena quedase liberada. El agua caliente caía y caía sobre mis hombros, ayudándome a relajarme y a calmarme un poco. Los nervios del día de hoy estaban por acabar conmigo. Demasiado estrés en la oficina, después lo de la guagua, la lluvia… Sólo quería acostarme en la cama, pegarme a ella y dormir plácidamente hasta mañana, que por fin sería fin de semana y no había que madrugar. Apoyado contra la pared de la ducha, me quedé absorto en mis pensamientos, dejando que el agua caliente siguiese cumpliendo su función, pero algo me sacó de aquellos pensamientos.

-¿Necesitas ayuda… Con el jabón, lobito mío? –una dulce y seductora voz llamó mi atención mientras notaba como unos brazos me rodeaban la cintura y me abrazaban después, haciéndome notar unos pechos en la espalda y unos besos en el cuello-. No te me vayas a acostar todo sucio… -¿La había despertado? Bueno, no es que me vaya a quejar por ello, que la posición me encantaba.
-No me vendría mal una ayudita, pequeña. ¿Me ayu…? –antes de terminar la frase, apoyó uno de sus dedos en mis labios, haciéndome callar.
-Yo me encargo, tú sólo… -Con su otra mano comenzó a acariciarme el pecho lentamente, bajando sutilmente hasta mi cintura- Relájate y disfruta…

Tras susurrarme esto último al oído, un enorme escalofrío me recorrió el cuerpo y se me erizaron todos los pelos del cuerpo. Terminó de bajar su mano hasta mi recién erecto pene, comenzando a masturbarme. Con la otra mano, y con una destreza que aún desconozco, abrió el bote del gel y empezó a frotarme por la misma zona. “Esto está muy sucio. Muy mal” me dijo antes de comenzar a masajearme con mayor intensidad. Pegó todo su cuerpo al mío y siguió “enjabonándome” un rato hasta que llegué al climax entre gemidos y agua caliente. Antes de eyacular, me giró en el sitio, haciéndome apuntar sobre sus pechos. Tras terminar, nos besamos intensamente y terminamos de ducharnos bien.

-Si te desperté, me alegra haberlo hecho –le dije mientras la sentaba sobre el lavamanos de mármol.
-Tranquilo, me estaba haciendo la dormida –sonrió acariciándome la barba y volviéndome a besar.

Era tal el éxtasis de placer que sentía en ese momento que aquello seguía erecto tras haber terminado. La miré a los ojos, me miré el pene y la volví a mirar, alzando mi ceja derecha lentamente. Ella se mordió el labio y me rodeó el cuello con sus brazos. Yo la besé y la cogí en peso, llevándola a la cama. Aún empapados, la tumbe lentamente y comencé a besarla por el cuello, dándole algún que otro mordisco en la zona que le gustaba. Ella gemía con cada mordisco, con cada caricia que le hacía en los pezones. Me acerqué a su oído y le susurré lascivo que aún no había cenado. Tras decirle esto, noté como su cuerpo se estremeció y le lamí la oreja lentamente, cosa que sabía que también la excitaba. Ella me agarró por el pelo y me dirigió lentamente hacia abajo. A cada centímetro que bajaba por su cuerpo, la besaba y mordía, deteniéndome entre sus piernas. Se las abrí lentamente y le mordí el interior del muslo con suavidad, volviendo a escuchar sus gemidos. Antes de bajar a donde ella quería que bajase, seguí besándole las piernas hasta llegar a los pies, dándoles un leve lametón. Eso a ella no sé, pero a mí me ponía muy burro. Y cuando por fin me coloco para cenarme a mi caperucita, me detiene y me da la vuelta en la cama, dejándome boca arriba. “Hoy me toca arriba” me dijo colocándose sobre mi cabeza abierta de piernas, desnuda. Se arrodilló sobre mí, mirándome lasciva y ansiosa: “No dejes nada en el plato, lobito”. Tras decir esto, terminó de colocarse, dejándome a la altura de la boca su entrepierna y sin pensarlo, obedecí la orden recibida. Comencé a jugar rápidamente con la lengua tanto por dentro como por fuera, masajeándole los pechos con las manos con firmeza. Notaba como ella movía lentamente la cadera, insinuando el movimiento y dejando escapar gemidos de placer. Ella con sus manos me agarraba fuerte del pelo y se agarraba en el cabezal de la cama. Sus piernas temblaban de vez en cuando y sus gemidos eran cada vez más intensos, aunque un tanto tímidos. Yo le agarraba con firmeza la cadera para profundizar más en el baile con la lengua, llegando a los puntos que la volvían loca y con la intensidad que le gustaba: rápida y con fuerza. Notaba como su respiración se agitaba y entrecortaba, gemía mi nombre cada vez más alto. De vez en cuando apretaba las piernas, cosa que me daba la señal de que estaba apunto de eyacular. Sin cesar en el ritmo, seguía lamiéndole e introduciéndole la lengua hasta donde podía. Cuando estaba empezando a notar cansancio en la boca, ella cerró con algo de fuerza las piernas, me agarró con ambas manos la melena y alzó un gemido al cielo, terminando en mi boca. Las piernas le temblaban mientras yo “no me dejaba nada en el plato”. Tras terminar, se tumbó sobre mí, rozando su entrepierna con la mía. Me besó intensa y fogosamente mientras se auto-penetraba lentamente con mi miembro. Notaba como sus piernas temblorosas no le dejaban moverse bien, así que le agarré por la cintura y volví a cambiar las posiciones, dejándola a ella debajo. Ella me rodeó con sus piernas y yo comencé a embestirla lentamente, pero entrando todo lo que podía. Le mordí el cuello con algo de fuerza y tras escuchar su gemido de placer, aumenté levemente la velocidad de las embestidas, apoyándome con una mano sobre la cama y con la otra le agarraba los pechos, masajeándoselos.  Tras un rato estando en esa posición, cambiamos a una que a mí me encantaba y me excitaba muchísimo: le cerré las piernas y coloqué sus pies en mi pecho, colocándome casi sobre ella, pero más reclinado. Le agarré con ambas manos las piernas, cerrándoselas con firmeza y comencé a embestirla con algo más de intensidad. Ella sabía que eso me excitaba y rió entre gemidos. 

-No puedo más –dijo entre gemidos, mirándome directamente a los ojos mientras se mordía el labio-. Vamos, lobo…

El cansancio también era algo notorio en mí, así que “salí” lentamente y me quedé de pie al lado de la cama. Tras mirarla y suspirar, ella se incorporó y se sentó al borde de la cama. Me miró a los ojos y trató de imitar mi levantamiento de ceja. Yo reí levemente aún entre gemidos y ella se acercó a mí, cogiéndome con una mano el pene e introduciéndoselo en la boca, comenzando a hacerme una felación mientras me masturbaba. Ella no era muy de practicar el sexo oral, pero tampoco le iba a decir que no. El bobo. Le agarré suavemente de la cabeza, insinuando el movimiento con la cadera. Ella clavó sus seductores ojos en los míos, mirándome fijamente con la ceja alzada mientras seguía con la felación. El placer que sentía era indescriptible. Tras unos minutos en esa posición, la miré avisándole de que iba a terminar. Ella terminó de lamerme y siguió masturbándome, esta vez con ambas manos y “apuntando” a su cara. Segundos después, tras soltar yo un gran gemido, ella apretó con fuerza mi miembro, haciéndome eyacular de nuevo sobre sus redondos y perfectos pechos. Entre gemidos los dos, nos besamos y fuimos de nuevo al baño para volver a limpiarnos. Entre risas y caricias volvimos a la cama aún agitados, pero satisfechos.

-Me encanta que seas tan pervertida, caperucita –le dije dándole un agarrón en una nalga mientras le daba un beso, metiéndome en la cama después.
-Lo sé. Te tengo dominado con mi sensualidad y erotismo, lobito –me dijo sonriéndome mientras correspondía al beso y se acostaba a mi lado, de nuevo vestida como antes.
-Y yo a ti con mi sensual ceja, querida… ¡No lo olvides! –reímos ambos y nos abrazamos en medio de la cama, dándonos calor-. Menos mal que mañana no hay que madrugar y podremos dormir hasta tarde –dije tras soltar un suspiro lento y prolongado.
-Que no, dice... Mañana vienen mis padres y los chicos del grupo a comer. A las diez y media te quiero en pie para limpiar y preparar la comida –me dijo besándome una vez más, riéndose antes de acurrucarse entre mis brazos-. Te quiero…
-Yo también te quiero, peque –respondí al beso y la abracé fuerte.

“Ay mecachis” fue lo último que pensé antes de quedarme dormido en aquella posición. 

jueves, 10 de octubre de 2019

Apogeo


Aún recuerdo esa sensación de desprecio, odio, rencor… De dolor. Tras tantos años con una persona, terminas descubriendo que la mitad de las cosas que viviste, no eran más que una falsa, pura mentira. Cuando alguien traiciona tu confianza de una forma tan vil, hace que te plantees mil y una dudas. Aquellas inseguridades y miedos que habías conseguido enterrar junto a dicha persona, vuelven a aflorar en tu mente y en lo poco que queda de tu despedazado corazón.

 Después de largas noches en vela desde aquel fatídico día en el que el amor se tornó negro para mí, conseguí levantarme de la cama a duras penas para intentar llegar hasta la cocina. Llevaba varios días sin comer, lo cual hacía que mi cuerpo no respondiese tal y como lo recordaba. La vista borrosa, mareos constantes y una extraña sensación de ansiedad me acompañaban en este despertar. Traté de ponerme de pie desde la cama, pero las rodillas no me respondían. Caí en peso contra el suelo, de costado, rebotando contra la cama. Vislumbré el móvil a un par de centímetros de mí y lo cogí. ¿Cuánto tiempo llevaba encerrado en aquella lúgubre y desordenada habitación? El móvil decía que era martes 27 de diciembre. Cuando tenía consciencia creo recordar que era 21. ¿Llevaba seis días tirado en aquella cama sin comer y dándole mil vueltas a todo lo que sucedió? Traté de enfocar bien la pantalla para ver si tenía algún mensaje o alguna llamada, pero por suerte o por desgracia para mí, no tenía nada más que un SMS del banco diciendo que me habían cancelado la tarjeta por falta de pago. Podría morirme aquí y ahora que nadie se enteraría hasta meses después, cuando el hedor de mi cuerpo inerte inundase el patio del edificio. Tras estar un rato tratando de volver a sentir mi cuerpo y que este me respondiese, me logré poner a duras penas en pie, comenzando a caminar hacia el pasillo. Al fondo del mismo estaba ubicado el salón, que estaba conectado directamente con la cocina. A medida que iba avanzando por el estrecho pasillo, veía restos de mi frustración y cólera. Cuadros rotos, arañazos en las paredes, pedazos de fotos desmenuzadas… No recordaba haber hecho todo eso. Llegué al salón y el panorama era el mismo. La tele de plasma había sido atravesada por el palo de la escoba, algunos jarrones rotos por el suelo y prendas de vestir, no sabía si de hombre o de mujer, pero había mucha ropa tirada por todos lados. Me acerqué a la cocina y miré la hora en el reloj de la pared. Las cuatro de la mañana. Sabía que era de madrugada porque estaban todas las luces de la casa encendidas y las persianas bajadas, y porque lo vi en el móvil anteriormente. Me encontraba fatídico, necesitaba tomarme urgentemente la medicación. Tenía una anemia avanzada y, si no me tomaba las pastillas, mi cuerpo podría empezar a fallar fatídicamente. Estaba todo tan desordenador que no lograba encontrar el botito de las pastillas. Desesperado abrí la nevera y sólo había bourbon y cerveza. Tosí levemente y me asusté al ver que salió un líquido negruzco y espeso. ¿Qué coño era eso? Tenía que darme prisa y encontrar la medicación. Me puse a rebuscar por todos lados con el móvil en la mano, como si estuviese esperando la llamada o mensaje de alguien después de tanto tiempo.  Una fuerte punzada de dolor en la zona del corazón me dejó doblado en el suelo, sin poder moverme casi. ¿Era así como iba a terminar mi vida? Después de haber sido una persona buena, amable y educada con todo el mundo, ¿ahora me esperaba una muerte por anemia y a saber que otras cosas más, y en la soledad de mi piso? Desbloqueé el móvil de nuevo y entré en la aplicación del Facetime y pinché en el primer contacto que vi. La vista empezaba a nublarse de nuevo y un mareo intenso se apoderaba de mí. El teléfono aún sonaba y yo, en un último esfuerzo, me incorporo un poco en el sitio, quedándome sentado en el suelo con la espalda apoyada en la nevera.

-Vamos, por… Favor… -tartamudeé-. Responde, quien quiera que seas…

El teléfono seguía sonando y sonando sin respuesta. El brazo izquierdo empezó a dolerme también, con demasiada intensidad. La punzada en el corazón no cesaba. Encogí el brazo izquierdo y dejé el derecho bobo en el suelo, con la pantalla del móvil apuntándome a la cara. La ansiedad se apoderaba de mí y la falta de oxígeno comenzaba a dejarme medio inconsciente. En un instante, un pinchazo de nuevo en el corazón hace que grite de dolor y que me empiece a salir espuma blanca por la boca. ¿Un infarto? ¿Qué podía hacer para tratar de evitarlo? Los nervios eran cada vez más intensos y, en un último vistazo a la pantalla, vi un rostro pálido. No lograba ver quien era, pero sí que pude identificar la voz de aquella persona que parecía estar gritando de miedo. Era…

jueves, 25 de julio de 2019

Mal sueño


            El dolor en mi pecho se acrecentaba. La ansiedad volvía a invadirme y todos aquellos pensamientos oscuros hacían eco en mis pensamientos de nuevo. No podía dejar de ver las fotos que me había brindado el investigador privado. ¿Realmente lo estaba haciendo? Miraba incrédulo cada una de las imágenes. No cabía duda de que era ella… Bajo el brazo de otro hombre. Después de tanto tiempo creyendo que era el único, descubro que no es así. ¿Por qué el investigador privado? Porque en los últimos dos meses estaba viendo como menguaba su interés por mí, por hacer todas las cosas que hacíamos antes, todos esos planes que tanto le encantaban. Ya no quedaba conmigo, no me besaba igual ni tan seguido como en las primeras citas. No notaba su deseo lujurioso hacia mí, todo era distancia. Eso y que había estado empezando a quedar más asiduamente con un amigo suyo del instituto. El problema ya no era sólo lo distante y fría que se estaba volviendo conmigo, sino la falta de interés por su parte en mí. Ya no me mandaba mensajes preguntando que cómo estaba, ni tan siquiera para saludarme. Me pasaba noches enteras contemplando el móvil esperando su respuesta a mis mensajes, que no eran muchos, pero tardaban días en ser respondidos. Y con pocas palabras, para ser más concreto. Ese típico “jaja bien y tú?” que te responden a un mensaje casi que poético. A eso, hay que sumarle mis inseguridades con respecto a mí mismo y en el ámbito amoroso que, tras muchas malas experiencias, ya voy con la mentalidad de que todo va a salir terriblemente mal y que voy a sufrir si intento avanzar o tratar de empezar otra relación. Todo iba de culo y sin frenos. Todo. Pero ya las fotos fue la gota que colmó el vaso. Aún con la vista acuosa y entre sollozos, me levanté de la silla del comedor y me dirigí a mi habitación, rebuscando en mi cajón de ropa en busca de la 9mm. Todo esto ha tirado por la borda el tratamiento y la terapia que estaba teniendo con mi psicólogo. Me atiborré de pastillas antidepresivas, cargué el arma tras encontrarla y salí a la calle en busca de una solución rápida. Mientras salía del piso, marqué su número para ver si me respondía, pero sin resultado.

-Esto va a acabar hoy, Carla -dije para mí mismo entrando en el ascensor mientras guardaba la pistola en la chaqueta.

            Tras salir del ascensor, salí a la calle y me puse rumbo a la zona de los bares en los que solía frecuentar ella, que de seguro estaba allí con su nuevo ligue. Intenté secarme un poco la cara con las mangas de la chaqueta, pero como era de cuero, complicado estaba el asunto. Un olor a humedad en el ambiente me daba pistas a que iba a empezar a llover en breve, y así fue. Parecía que el universo estaba dispuesto a dramatizar aún más mi situación y lo que iba a acontecer. Sin paraguas ni nada con lo que cubrirme, aceleré un poco el paso bajo la que comenzaba a ser una intensa lluvia. Había cogido una de las fotos de antes y le había escrito un “hasta siempre” en la parte de adelante. A medida que iba caminando, iba notando como el atiborre de pastillas empezaba a hacer efecto, dificultándome un poco la respiración y dándome una tos leve con algún que otro mareo. Por suerte para mí, tras girar la esquina vi su coche aparcado enfrente de un bar. Había un par de conocidos por fuera que me vieron, lo cual hizo más difícil la situación. Me paré al lado del coche y saqué la fotografía mientras uno de ellos se acercaba. El bueno de Diego. Cantautor y escritor novato.

- ¡Hey, Héctor! ¿Qué haces sin paraguas, tolete? ¡Vente para acá, que te vas a poner malo como una perra! -El acento canario de Diego captó mi atención y giré levemente la cabeza hacia él, negando con la cabeza.
-Hoy no, Diego. Hoy es un mal día -dije enganchando la foto en el limpiaparabrisas del coche mientras el hombre llegaba hasta mí.
- ¿Qué te pasa, jefe? -miró la foto que acababa de colocar-. Pero qué… ¿Esa es Carla? -sacudió la cabeza rápidamente, confuso, y volvió a mirar la foto-. ¿Le está comiendo la boca al Pedro?
-Ya ves, tío. Y se ve que no es la primera vez. Tengo más como esta…
-Ehm, joder, yo… - ¿Qué se podía decir en una situación como esa? -. Estarás en la mierda, me supongo…
- ¿Tú qué crees? Lo único por lo que merecía la pena estar vivo resulta que ahora es el motivo por el cual deseo estar muerto.
-Bueno, flaco. Tampoco te pongas así… Pasa de esa tipa y entra a echarte unos cubatitas. Las penas y neuronas se matan con alcohol.
-En serio, Diego. Hoy sólo quiero descansar. Cerrar los ojos y esperar que todo esto sea un mal sueño, una pesadilla -me llevé las manos al bolsillo de la pistola y, cuando fui a sacarla, una voz femenina me hizo parar en seco.
- ¿Hector? -dijo la voz de Carla, tartamudeando-. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Qué haces en mi coche?

            Me giré y allí estaba, con su amigo bajo su paraguas. Al observarles, vi como ella se soltó rápidamente de su abrazo, tratando de disimular. Le miré a él y no sabía dónde meterse. Comencé a caminar lentamente hacia el frente del capó bajo la lluvia, sin decir nada. Me senté sobre el capó y giré la cabeza, señalando con la mano derecha el parabrisas mientras que con la otra sacaba el arma. Sólo Diego vio el arma y se echó un poco para atrás, asustado.

-Baja eso, cabrón. ¿De dónde coño la has sacado? -dijo alzando los brazos hacia delante, como haciendo gestos para que me calmase.

            Vi como Carla, con la mirada confusa y algo asustada, miraba al parabrisas, enfocando la fotografía. Tras decir un “mierda” en voz alta, se giró hacia mí, contemplando como alzaba la pistola. Pero antes de que pudiesen decir nada, mandé a callar en voz alta a todos.

-Después de todo lo que hice por ti, después de todo lo que luché por lo nuestro, vas y te cepillas a otro. Está bien eso. Pues que sepas, que esto no volverá a pasar. No pienso dejar que me hagas más daño del que ya me has hecho. Ni tú ni el capullo de tu amiguito. Esto termina aquí y ahora.

            Sin decir nada más, me levanté del capó, poniéndome de lado frente al coche con la pistola alzada. Noté como la mirada de todos los que estaban frente al bar de clavaban en mí. Y cuando todos pensaban que iba a apuntarla a ella, recoloqué mi mano, apuntándome a la cien con el arma. En una fracción de segundo, vi pasar mi vida por delante de mí. Todos los buenos y malos momentos vividos. En un último suspiro, miré fijamente a Carla a los ojos y le dije “hasta siempre”. Tras despedirme, apreté el gatillo del arma hasta escuchar el estruendo.









            Un sudor frío me recorrió el cuerpo al despertar de sobre golpe. Taquicárdico, traté de ubicarme en el sitio. Estaba sentado en mi cama, en mi viejo piso. Miré a mi alrededor y no había nadie más allí conmigo. Cogí el móvil para ver la hora y este marcaba las cuatro y media de la mañana. Tras desbloquearlo, entré en los mensajes y no tenía ningún chat con el nombre de “Carla”. Hasta que, como si de una cámara oculta se tratase, me llega un mensaje de esa persona.

“Perdona que te moleste a estas horas, Héctor, pero sin saber por qué, he tenido una pesadilla contigo y sólo quería saber si estabas bien. Te parecerá una tontería, pero respóndeme cuando puedas. ¡Recuerda que mañana tenemos nuestra segunda cita! Jajajaja. Besos!”

martes, 6 de febrero de 2018

Despertar



            Una intensa luz entraba por la ventana, invitándome a despertarme. El calor del sol de mediodía inundaba la habitación, dándole una calidez y sensación de bienestar bastante agradable. Tras mirar el reloj de la mesilla de noche que estaba al lado de la cama, confirmaba que eran más de las doce de la mañana. Me froté los ojos con la mano derecha y tras un pequeño bostezo, contemplo que a mi lado, durmiendo acurrucada en mi pecho, estaba durmiendo Sophia, desnuda. Su castaña y lisa melena tapada el brazo con el que la estaba abrazando. El calor de nuestros cuerpos hacía aún más placentero el seguir tumbado en la cama un par de horas más, pero el estómago me dio la señal de que necesitaba reponer las reservas.



Había sido una noche intensa en casi todos los sentidos posibles de la palabra. Habíamos ido por la tarde noche al cine a ver una película de humor, al salir pasamos por un restaurante a recoger la cena y, para sorprenderla, la llevé a una playa de arena negra para degustar la comida y disfrutar de una agradable velada bajo la luz de la luna y un par de velas. Tras la comida y un pequeño paseo por la orilla del mar, nos volvimos a su casa y me pidió que tomásemos la última copa dentro, que la casa estaba sola todo el fin de semana, y no dije que no.  Obviamente no hubo copa, porque ella no solía beber, así que fuimos al plato fuerte. Entramos en el piso y empezamos a besarnos lentamente, acariciándonos e insinuándonos con ciertos roces. En medio de uno de los besos, ella se dio la vuelta y la abracé por la espalda y la cintura, atrayéndola hasta mí, besándole lentamente el cuello, dándole un leve mordisco en la oreja. No pudo contenerse y soltó un tenue gemido y me miró a los ojos, acariciándome la barba.



-Sígueme –dijo susurrándome casi al oído, cogiéndome de la mano y guiándome por la casa.



Yo obedecí y la seguí, contemplando su andar decidido sin soltarle la mano. Nos paramos delante de la puerta del baño y me empujó adentro del mismo. Se situó en el marco de la puerta y dejó caer insinuante las asillas de la blusa que llevaba puesta. Alcé una ceja sonriendo pícaro y le indiqué con el dedo que se acercase. Cuando llegó hasta mí, posé mis manos en sus hombros y le acaricié los brazos, cogiéndole las manos y colocándolas sobre mi pecho tras besarlas. Ella se mordió el labio y comenzó a desabrocharme los botones de la camisa, dejando mi pecho al descubierto, dándome algunos besos en él. Yo bajé hasta su cintura, acercándola a la mía y, tras un beso en los labios, le quité lentamente la blusa, desabrochándole el sujetador mientras le beso el cuello y, una vez le quité el sostén, besé sus pequeños pechos, mordiéndole ligeramente los pezones. Soltó un gemido más sonoro que el anterior y me terminó de quitar la camisa, acariciándome el torso y la espalda, bajando hasta el cinturón, desabrochándolo ya no tan lentamente. Tras soltar el amarre, me abrió el pantalón y agarró con firmeza mi erecto miembro mientras me besaba de nuevo en los labios. A la par que ella hacía eso, yo le di un apretón a sus nalgas y comencé a bajarle la falda de rallas que tenía puesta. Era elástica en la cintura, así que no resultó muy difícil bajársela hasta los muslos y dejar que cayese por su peso. Ella intentó hacer lo mismo con mis pantalones, pero no le di tiempo. Le hice apoyarse en el lavamanos y me puse de rodillas, besándole el vientre y las piernas mientras terminaba de quitarle la falda. Como nos habíamos descalzado al entrar en el piso, sólo me quedaba quitarle los calcetines. Alcé uno de sus pies y, colocándolo en mi pecho, le quité le quité el calcetín, dejando su bello pie desnudo, besándole el empeine lentamente. Lancé la prenda lejos y repetí la acción con el otro pie. Una vez descalzada, le besé de nuevo el vientre mientras le bajaba el culot. Ella respiraba cada vez más agitada y, como si me leyese la mente, levantó una de las piernas y la apoyó en la bañera, dejándome más espacio para poder jugar con mi lengua en su clítoris. Fueron instantes lo que tardó en empezar a gemir y a halar levemente de mi pelo, aguantándome la posición de la cabeza. Al par de minutos haló del pelo hacia atrás, clavándome una mirada lujuriosa. Me levantó del suelo y me lanzó contra la pared que había entre el lavamanos y la bañera, casi arrancándome el pantalón y el bóxer. Una vez estábamos ambos desnudos, me agarró de nuevo con firmeza el pene y comenzó a masturbarme mientras me mordía y jugaba con mis pezones. Sin dejar de masturbarme, abrió el grifo del agua caliente. Me miró y se puso de rodillas, comenzando a hacerme una felación con intensidad. No pude evitar gemir en voz alta al sentir ese placer. Le agarré con una mano el pelo y con la otra le iba acariciando la espalda. Estuvo de rodillas casi lo mismo que estuve yo con ella. En un momento dado, paró y me miró, alzando una ceja insinuante y relamiéndose. La puse en pie y nos metimos ambos en la bañera. Yo coloqué la alcachofa en lo alto y nos metimos ambos debajo de aquella lluvia de agua caliente y vapor. Nos seguimos besando y tocando el uno al otro al mismo tiempo que nos dábamos una breve ducha. Sin habernos secado, salimos de la bañera y continuamos con los besos y caricias. La miré unos instantes a los ojos y, agarrándola por la cintura, la cogí en peso y me la llevé a su habitación, dejando caer lentamente nuestros cuerpos sobre la cama. No tardamos mucho en empezar a desfogarnos con el sexo algo duro e intenso. Empezó estando ella abajo, bocarriba, conmigo encima abriéndole las piernas y penetrándola fuertemente mientras la miraba a los ojos y la besaba. Después se puso ella encima y, como si de una amazona se tratase, cabalgó sobre mí salvaje e intensamente mientras yo la agarraba de la cintura y masajeaba sus pechos. Entre los últimos gemidos, la coloqué sobre la cama bocabajo, con la cadera levantada y, tras agarrarle el pelo con una mano y con la otra atarle las manos a la espalda, le di las más potentes embestidas. Así pasamos la siguiente hora y poco, cambiando de posiciones y gimiendo de placer, fundiendo nuestros cuerpos en uno. Ella eyaculó antes que yo y, para hacerme terminar a mí, me quitó el preservativo y volvió a hacerme una felación, esta vez algo más lenta, ayudándose de la mano para estimularme aún más. Tras culminar en su boca y soltar el gemido más intenso de la noche, llegando ambos al clímax, nos abrazamos y nos quedamos exhaustos en la cama, quedándonos finalmente dormidos abrazados el uno al otro en la estrecha cama.



-Voy  a preparar el almuerzo, cielo –le dije mientras le besaba la frente y le apoyaba la cabeza en la almohada, acariciándole por último la mejilla. Ella simplemente suspiró y sonrió, lanzándome un beso.



            Me levanté de la cama intentando no molestarla mucho y me dirigí al baño para recoger mi bóxer y ponérmelo. Fui hasta la cocina y me serví un tazón de zumo de melocotón que había en la nevera y saqué un par de cosas que vi para empezar a preparar el almuerzo. Se ve que la madre le había hecho una pequeña compra antes de irse de fin de semana, contando con que yo iba a ir a visitarla. Saqué un par de verduras para hacer un sofrito y unos filetes de pollo. Puse algo de música en el iPod de Sophia, que estaba conectado a un pequeño equipo de música en el salón, y me puse a cocinar. La música no la puse muy alta, lo justo para intentar disimular el ruido que estaba haciendo mientras cocinaba. Al rato de estar sumergido en lo que estaba preparando, noté como unas manos calentitas me abrazaban por la cintura desde la espalda y noté como me abrazaban. Tras escuchar su dulce voz dándome tiernamente los buenos días, y tras notar sus pechos en mi espalda, sonreí y le acaricié los brazos, devolviéndole el saludo.



-¿Qué tal has dormido, peque? –le pregunté cortando los ajos.

-“Mu bien” –me respondió con un tono infantil dándome un beso en la espalda-. ¿Y tú, lobo mío?

-Más que bien, he dormido. Y ya haber despertado abrazado a ti ha sido un magnífico despertar –sonreí y le besé una de las manos, que me estaba acariciando el pecho.

-Que bobo eres –esbozó una risa somnolienta y, sin darme cuenta, bajó la otra mano libre a mí bóxer-. Veo que habéis despertado contentos los dos, ¿eh? –rió de nuevo, bajándome el bóxer y masajeándome lentamente el miembro, poniéndose de puntillas-. Hay que darle a él también los buenos días, ¿no crees? –susurró en mi oído, mordiéndome la oreja mientras comenzaba a masturbarme lentamente.

-Cielo, que estoy cortando –le dije mordiéndome el labio ahogando un gemido.

-Pues intenta no cortarte –volvió a reír, colocándose a mi lado sin dejar de masturbarme.

-Alguien se ha despertado también de buen humor, ¿eh? –la imité burlón y me puse de frente a ella, dejando el cuchillo y todo sobre la encimera.

-Y más buen humor que voy a tener después de la pre-comida –se mordió el labio y, halándome del pene, me llevó hasta la mesa de la cocina, sentándose ella sobre la misma, enseñándome un preservativo cerrado-. Empecemos bien el día, mi amor…



            Tras lanzarme una mirada desafiante, y de tumbarse sobre la mesa abriendo insinuante las piernas, la masturbo mientras que abro el envoltorio con la boca y la otra mano. Ella coloca sus pies en mi pecho mientras me termino de colocar el preservativo y la miro a los ojos, sonriendo pícaro. Coloco su cadera al borde de la cama y, tras colocar sus piernas completamente apoyadas en mí, la penetro lentamente. Una vez se la he penetrado al completo, le beso ambos pies y se los agarro con una mano, reclinándolos hacia ella y comenzando con el vaivén de caderas, agarrándole una de las manos. La música iba marcando el ritmo, y este era algo intenso pero sin llegar a acelerarse demasiado. Le abrí las piernas y me recosté levemente sobre ella para poder besarla mientras seguía embistiéndola, jugando con mis manos en sus pezones y cadera. Fue tanta la fogosidad del momento que, en medio de las embestidas, la levanté en peso, agarrándola por la parte trasera del cuello y por la cadera, penetrándola aprovechando su propio peso, ya que la estaba sosteniendo en el aire. Sus gemidos eran cada vez más intensos, lo cual hacía que me excitase cada vez más, y que fuesen más pausadas pero duras las embestidas. El sonido de sus nalgas contra mi cadera era demasiado placentero, y este decorado con el dulce sonido de su voz gimiendo y suplicando cada vez más. Tras un pequeño flaqueo de mis piernas, decidí apoyar su espalda contra la pared y terminar de empotrarla con las fuerzas que me quedaban. Ella gimió de placer de manera desmesurada en mi oído, terminando por eyacular y hacerme eyacular a mí dentro del preservativo. Tras ese último y extasiado gemido, nos miramos a los ojos y nos volvimos a besar.



-Acércame a mi cuarto, que casi no siento las piernas de los temblores… -dijo sonriendo entre gemidos.

-Estamos bonitos los dos, porque yo estoy igual. Pero te llevo, no te preocupes, cielo –le dije cogiéndola de nuevo en peso mientras la beso y comienzo a caminar hacia la habitación. 


            Una vez estamos dentro y la tumbo sobre la cama, saco el pene de su cavidad y me quito el preservativo, preparándolo para tirarlo a la basura. Cuando termino con esto, me giro y la contemplo tumbada en la cama, con las piernas temblando y llevándose la mano a la cara, completamente sonrojada, sonriendo y con la respiración aún agitada. Estaba demasiado preciosa en ese momento. Me senté a su lado y tras quitarle la mano de la cara, la besé y la miré a los ojos. Ella susurró un “te quiero” sonriendo y yo correspondí. Cuando nos estábamos dando otro beso antes de yo incorporarme de la cama, sonó su teléfono móvil. Le había entrado un mensaje de la madre diciéndole que ya estaba en camino, que ella preparaba la comida. Ambos nos miramos y nos reímos. Fui al salón y apagué rápidamente la música, recogiendo un poco lo que había sacado para el almuerzo, y volví corriendo a la habitación, tumbándome en la cama a su lado.



-Esto sí que ha sido un buen despertar, ¿no crees? –le dije mirándola a los ojos, dándole un beso en la frente mientras la abrazaba.

-Espero que hayan muchos más así, cari –ella sonrió correspondiendo al beso, acurrucándose junto a mí entre mis brazos.

-Los habrá, te lo prometo –sonreí acomodándome.



            Y así estuvimos hasta que llegó la familia. Acurrucados en la cama y felices en una mañana de Domingo.

jueves, 21 de agosto de 2014

Retazos de alcohol

Aparque la moto justo en la puerta del bar. Tras apagar el motor y quitarme el casco, me adentré en el habitáculo, dispuesto a ahogar mis penas en una buena dosis de alcohol. Tras abrir la puerta, el panorama era el de siempre, algunos borrachos discutiendo a grito pelado, un par de jóvenes intentando ligar con las camareras y la barra media vacía. Yo vestía con la ropa de pasear: unas NewRock de cuero hasta las rodillas, unos pantalones de cuero negros decorados con grandes cadenas de metal, una camiseta negra sin mangas y mi chaleco de cuero, decorado con el logo de mi banda de moteros: Reaper’s Crow. Mi pañuelo negro aguantaba mi pelo y unas gafas de sol, me tapaban los ojos. Me acerque a la barra y como de costumbre, me senté en el cuarto asiento empezando por la izquierda, alejado de la puerta y cerca del baño. Pedí un vaso de Jack Daniel’s sin hielo, y una tapa de aceitunas. Tras sentarme, volví a mirar a mi alrededor, en busca de alguna cara conocida con la que poder conversar. Pero no hubo suerte. Me senté sobre el taburete, mirando al frente y esperando mi dosis de diaria de alcohol. Saqué de uno de los bolsillos del chaleco una caja de tabaco, negra. Saque un cigarrilo del interior y lo encendí con mi Zippo de “Sons of Anarchy”. Cuando me sirvieron el vaso, pedí que me dejasen la botella, ya que esa noche tenía que intentar olvidar los malos recuerdos del pasado. Jugando con mi dedo dentro del whiskey, recordaba los trágicos momentos en los que me despedí de mi ex, diciéndole con toda mi sinceridad que ya no me sentía cómodo con nuestra relación, que estaba demasiado cambiada y que lo mejor era ir cada uno por su lado. Unas duras palabras que llenaron todas mis noches de dolor y angustia. No podía con la carga. Lo peor de todo era que sabía que la culpa no era mía, y que ella estaba jugando conmigo desde hacía ya tiempo. Pero aguanté por no creer en la realidad de la situación. Aquella ruptura fue muy dolorosa para mí. Todas las noches iba al mismo bar y pedía lo mismo, esperando que ella apareciese por la puerta pidiéndome perdón, o que volviésemos. Pero no lo veía factible, ya que su orgullo se anteponía a todo lo demás. Por eso sabía que no iba a pasar nada bueno después de haber roto nuestra lustral relación. Sabía que iba a buscar la forma de sacarme la astilla para clavarme una estaca. Todo se venía abajo. De repente, suena mi móvil.

-¿Sí? ¿Quién es?
-Bryan, tío. ¿Dónde estas?
-En el bar. ¿Pasó algo, Scot? –noté la voz de mi amigo algo agitada.
-Tío, tienes que salir de ahí. ¡Tu ex está loca y va armada! ¡Tienes que salir cagando leches!
-Ya nada me importa, men. Que pase lo que tenga que pasar... Después de todo, no creo que me vaya peor de lo que me va ahora... –colgué la llamada sin esperar a que respondiese mi compañero y eché una buena calada y un buen trago.


           Tras unos segundos bebiendo y fumando, oí un portazo y me giré. En la puerta del bar estaba mi ex, Ashley, con un amigo intentando detenerla. No sirvió de mucho, pues ésta le empujó de tal forma que cayó sobre una de las máquinas tragaperras, rompiéndola. Tras esto, se acercó a mí con un rostro lleno de ira y rencor y, sin decir nada, me propinó un fuerte golpe en el costado que hizo que me cayese redondo al suelo. No quise detenerla, así que siguió golpeándome, dándome patadas en costados y espalda. No sabía por qué, pero no quería detenerla. A pesar de saber que la culpa de lo que ocurrió no era mía, me sentía culpable de todo. Había perdido muchos de mis amigos y familiares por culpa de mi relación, así que no había nadie que me pudiese defender, o que me fuese a echar de menos. Tras unos minutos recibiendo golpes y escupiendo sangre, comenzó a estrangularme. Me tumbó boca arriba y se puso sobre de mí, apretando con fuerza mi nuez y cuello con ambas manos. Por la golpiza, había medio perdido el conocimiento, y podía ver como me decía algo, pero no llegaba a entender bien el qué. Y como si de un apagón se tratase, noté como mi visión se iba atenuando. Mis pulmones respiraban cada vez más lentos, y la sangre que brotaba por mi boca, terminaba de colapsar mi garganta. Justo antes de perder el conocimiento y morir, esbocé una sonrisa en recuerdo de los buenos momentos que vivimos y por los cuales me despertaba cada día feliz. Ahora todo eso, se volvía más y más negro, hasta terminar por cegarme por completo, y desvanecerme en el suelo, yaciendo muerto a manos de la que una vez quise que fuese la mujer de mi vida.

martes, 1 de julio de 2014

La última batalla

Una gran llanura verde nos separa del enemigo. El viento sopla a nuestro favor, la lluvia cae con fuerza sobre nuestras cabezas, empapando nuestros ropajes. La sed de sangre está presente en todos nosotros. El rey ha dictado su sentencia de muerte al intentar conquistar nuestra región, al arrasar nuestro pueblo y matar a nuestros seres queridos mientras nosotros arrasábamos con los templos e iglesias de las tierras que acabábamos de descubrir. Una estrategia muy bien planificada, para ser del rey de las tierras del sur. Aquí estamos todos los supervivientes, con las pocas fuerzas que nos quedan, y con las armas afiladas. La fila de escudos se sitúa justo delante de mí, dejándome el espacio justo para ver donde clavar el hacha. Miro a Boroth, el dirigente del grupo y un hermano para mí. Se puede palpar el odio en cada centímetro de su piel. Sus ojos estaban llenos de sangre y lágrimas derramadas por un amor que le fue arrebatado en aquel asalto. Me mira y asiente, confirmando que estamos preparados para devolver el golpe. Con un hacha en la mano izquierda, y una espada en la derecha, respiro profundamente y cierro los ojos, rezándole a Odín, padre de todos y a Tyr, para que me den fuerzas en la batalla y asegure nuestra victoria. No tengo nada por lo que luchar, salvo por los camaradas muertos en el pueblo. No tenía nadie que esperase en casa mi regreso, no tenía nadie a quien amar, salvo al tabernero. Y este está ahora a mi derecha, con un hacha a dos manos algo mellada, y que el hacha en sí, era tres cuartas partes de su cuerpo en dimensiones, y él mide más de dos metros. Él lo perdió todo: su negocio, su mujer y todos sus barriles de hidromiel. Eso es imperdonable.

-¡Preparaos hermanos! ¡Hoy los dioses tienen los ojos puestos en nosotros! ¡Tenemos que honrar a nuestros hermanos y hermanas caídos en la emboscada! –gritó Boroth, interrumpiendo mis rezos-. Hoy los dioses beberán a nuestra salud... ¡Berserkers, preparaos! ¡Demostradle a esos cristianos lo que es el miedo! ¡Pongamos a prueba a su falso dios! –continuó mientras se ríe a carcajadas.

Todo estaba listo. Yo, como buen berserker, preparé mi mente y mi cuerpo para la batalla que iba a acontecer. Crují los huesos de mi cuello y hombros, quedando completamente preparado. Miro a mi alrededor y están todos preparados: los escudos alzados en el frente, los arqueros incendiando las flechas y nosotros listos para cargar. De repente, suena el cuerno de batalla. La batalla iba a comenzar. Ya no hay vuelta a atrás. Al otro lado de la llanura, también se oye un cuerno sonar, pero con un sonido más agudo. El metal de las armaduras enemigas se oye a distancia, pero eso no nos achanta. Seguimos firmes y preparados, esperando el momento de la colisión. A lo lejos, se ve el rey a lomos de su caballo, armado hasta los dientes. Él no participa en la batalla, pero haremos que sufra como si estuviese en medio de la matanza.

-¡Arqueros, apuntad! ¡Esperad a la señal de los dioses! –dijo Boroth.
-¡Thor, hijo de Odín, azota con tu martillo los cielos y descarga toda tu ira! –grité mirando al cielo.

El tensar de las cuerdas de los arcos, hace que me ruborice completamente. Alzo la vista al cielo y veo como las negras nubes descargan su ira sobre nosotros. Al poco de observar, se oye el rugir de un trueno y, a continuación, justo al frente, cae un rayo fulminando a una pequeña parte del ejército enemigo. Tras ver ese violento impacto, oigo el silbido de las flechas atravesando el cielo y, como si de una lluvia intensa se tratase, vi grandes bolas de fuego caer sobre los soldados del rey. Muchos caen en el acto, pero otros cientos siguen su carrera, gritando y cargando con todo su potencial. No tenemos suficientes hombres como para aguantar el impacto. Nos duplican en número. Nosotros pudimos reunir a doscientos hombres para esta batalla, y el rey disponía de más de seiscientos. Estábamos en una clara desventaja. Miro a Botorh, y él sólo sonríe y asiente. Volvió la vista al frente y alzó su claymor en señal de ataque, dándonos el visto bueno para asestar nuestro golpe. Somos diez los que nos preparamos para la carrera. Yo, antes de salir, me tomé las hierbas que me había dado el chamán antes de venir al campo de batalla. Me dijo que aliviarían mi dolor e incrementarían mi fuerza. Tras tomármelas, sentí como mi respiración se agitada, mi corazón latía con más fuerza y mis músculos se fortalecían. Sonreí y, en un arrebato de ira, cargué contra el enemigo, hacha y espada en mano, saltando por encima de la línea de escudos al grito de “Por los dioses”. Ahora todo dependía de mí y de mi destreza con las armas. Tras de mí, escucho como los otros Berserkers me siguen, gritando con rabia y euforia, consiguiendo que las tropas enemigas parasen la carrera, llegando incluso a retroceder. La lluvia seguía cayendo, golpeando mi torso desnudo, la falda de cuero me permitía un mayor movimiento, y mi larga melena golpeaba mi espalda. Veo como todo el ejército enemigo se planta en el sitio y comienza a retroceder, lentamente, observándonos. Puedo palpar el miedo en el ambiente. La carrera en la llanura se me hace eterna pero pronto, alcanzo al enemigo. Justo delante de mí, veo una gran piedra que me puede servir de impulso para saltar por encima de las cabezas de los soldados del rey, y no tengo tiempo para pensarlo. Doy un último acelerón hacia la piedra y, en un salto, apoyo una de mis piernas en el pedrusco y me vuelvo a impulsar en un gran salto, dejando el suelo bastante lejos. En un instante, lo vi todo lento. Era como si el tiempo hubiese hecho una leve pausa, permitiéndome ver directamente a los ojos al grupo de soldados sobre los que iba a aterrizar. En un abrir y cerrar de ojos, caigo con todo el peso de mi cuerpo sobre las cabezas de aquellos cristianos, partiéndoles el cuello y costillas a tres o cuatro. Aprovechando la caída, me abalanzo sobre los que están delante de mi, hacha en mano, comenzando un decapitamiento masivo. Los gritos de dolor de los soldados formaba una dulce melodía en el campo de batalla. Puedo escuchar los gritos de mis hermanos por encima del resto de voces. En un segundo de pausa, miro a mi alrededor y veo como ya nuestras tropas han entrado en batalla y, el resto de Berserkers abriendo hueco entre las tropas enemigas para intentar llegar al rey. Vuelvo la vista al frente y continuo con la matanza. Esquivo lanzadas, corto brazos y piernas, rompo escudos con el hacha de un golpe e inserto la espada en el cuello de una sola tajada. La sangre del enemigo baña mi cuerpo, pero eso sólo hace que tenga más sed de sangre, más ansias de muerte. Es tanto el subidón que tengo, que incluso me he empalmado. Con toda la ira que tengo, me abalanzo sobre las últimas líneas que quedan antes de llegar a los caballeros que escoltaban al rey. Pero son demasiados hombres. Tengo que frenar mi carrera y esperar un poco a que mis hermanos lleguen hasta mí y me ayuden a avanzar. Bloqueé estocadas mortales que iban directos a mis camaradas, y estos contraatacaban y aniquilaban al enemigo. Nos protegíamos mutuamente, pero tengo que tener cuidado. El efecto de aquellas hierbas está haciendo que pierda el control de mi cuerpo. En más de una ocasión tengo que frenar un golpe para no matar a los míos. Detrás de mí, noto un golpe en el hombro y a los pocos segundos veo como Boroth me adelanta, sonriente, asaltando a los que se le ponen por delante. No me voy a quedar quito observando. Le sigo e imito. Pateo un escudo, haciendo caer al suelo a su portador, y tras insertarle mi espada en el pecho, le reviento la cabeza de un pisotón. La lluvia cae cada vez más intensa, y los truenos comienzan a hacerse notar en la lejanía. Thor está de buen humor, y eso es bueno para nosotros. Hay que seguir con el avance. Poco a poco veo como las tropas enemigas intentan retroceder, pero les es inútil, ya que logramos alcanzarles antes de que diesen más de dos pasos. Veo como muchos de nosotros caen en el campo de batalla, siendo atravesados por lanzas y espadas. Ya sólo quedamos tres Berserkers: Boroth, Harald y yo. Pero eso no nos detiene. A pesar de las múltiples bajas, seguimos avanzando y aniquilando todo lo que se pone en nuestro camino. Al fin, logro ver un hueco por el cual llegar al rey. Me zafo de dos rivales, cortándoles los tendones de detrás de las rodillas y avanzo corriendo hacia el rey. Pero algo me sorprende, el también comienza a venir hacia mí. Él y todos los caballeros que le custodiaban. Ahora deseaba más que nunca que no me fallasen los dioses. Miré al frente y, tras unos segundos, salté hacia el frente, asestando un hachazo en las patas del caballo. Calculé mal. Tras romperle las articulaciones al caballo del rey, el torso de otro caballo me golpea de frente, catapultándome hacia detrás. Noto como el caballo que me embistió cae conmigo al suelo, aplastándome el pecho contra el suelo y haciendo que su jinete salga despedido. Ahora estoy mareado y con problemas para respirar durante varios segundos. Oigo como los caballos relinchan y los gritos de mis aliados  se alzan al cielo. Me incorporo y en un rápido vistazo, veo el panorama. Muchos están cayendo a manos de los caballeros, pero otros tantos consiguen tumbar a los caballos y acabar con sus jinetes. Al mirar al frente, veo al rey en pie, quitándose su gran capa roja, dejando ver su gran armadura de metal. Pero eso no me intimida. Le miro fijamente a los ojos y me pongo de pie, a duras penas por el mareo del impacto. Al lado del rey, se alza un caballero, aún más alto, con la armadura destrozada y con el rostro ensangrentado. Era de mi estatura o incluso más alto que yo. En medio del análisis, vuelvo a sentir ese golpe en el hombro y, la figura de Boroth aparece por mi izquierda, sonriendo y con el torso completamente ensangrentado y lleno de cortes. Ambos fijamos la vista al frente y respiramos.

-El rey es mío... –dijo el líder, relamiéndose.
-Hecho. El grandullón es mío. Pero guárdame algo del rey, quiero saborear su sangre y amputarle alguna extremidad... –reí y me abalancé sobre mi “gran enemigo”.

Sin decir nada más, comenzó una ardua batalla por parejas. Antes de llegar a mi rival, le miro fijamente y sin decir ninguna palabra, ambos soltamos las armas en el suelo. Apreté mis puños con fuerza y solté un puñetazo a su abdomen. Le hice retroceder por el golpe, pero al mismo tiempo me hice daño. Era bastante fuerte, pero no lo suficiente. Sigo asestándole golpes y él hace lo propio conmigo. Parecía un baile en vez de una pelea. Ninguno retrocede, recibiendo el impacto directo de los golpes del otro. Cada vez me canso más y más, pero no paro de golpear. En algún momento este grandullón bajará la guardia y será el momento para asestarle el golpe final. De un golpe en el costado, oigo como se rompen varias de mis costillas, lo cual me hace dar un paso atrás. Él lo aprovecha para intentar encajarme otro golpe en el otro costado, pero veo el movimiento antes de que lo ejecute y me adelanto, dándole un cabezazo en el pecho. Veo como retrocede y pierde el equilibrio, quedándose con las ganas de darme el puñetazo en el otro costado. Tengo que aprovecharlo y lo hago. Salto contra él y le propino un codazo en la parte alta de la cabeza, consiguiendo que cayese de rodillas al suelo. El sonido de su cráneo rompiéndose es la señal de que está acabado. Agarré con ambas manos su cabeza y, de un rodillazo en la cara, le termino de romper el cráneo. Noté como mi rodilla hacía puré todo lo que había dentro de su cabeza. Dejé caer su cuerpo chorreante de sangre al suelo y cogí aire. Miré a mi compañero y ya tenía al rey desarmado en el suelo, suplicando clemencia. Pero en un instante, veo como se le acerca un soldado por la espalda con la intención de apuñalarle mientras está distraído. No me da tiempo de coger el hacha, así que corro hasta él y me abalanzo sobre el soltado, recibiendo la puñalada en el vientre y tumbando a dicho soldado conmigo. El dolor es intenso. Las hierbas ya no hacían efecto en mí. Todo el dolor de la puñalada se intensificaba. Noto como el frío acero se mueve dentro de mis entrañas. Con un último esfuerzo, reviento la cabeza del soldado a cabezazos mientras este remueve la espada en mi vientre, haciendo que me desangre. Me desplomo en el suelo, boca arriba, y oigo el grito de dolor del rey. Hemos ganado. Ladeo la cabeza y veo como Boroth le amputa la cabeza al rey y la lanza al medio de la batalla. Tras esto, corre hasta mí, soltando su espada por el camino. 

-¡Thorsteinn! ¡Hermano! –levantó mi cabeza con las manos y observó la espada clavada en mi vientre-. ¿Por qué has hecho eso? 
-Porque los dioses me lo dijeron, sin decir palabra... –comencé a expulsar sangre por la boca-. Boroth... Hermano... –le agarré por el cogote y uní ambas frentes-. No llores mi muerte. Habéis ganado y tenéis que festejarlo...
-Maldito idiota... –soltó una leve carcajada-. Tú también has ganado esta batalla... –miró a su alrededor y yo le imité más torpe, pero lo hice Puedo ver como, tras una dura y sangrienta batalla, nuestro batallón ha acabado con el ejército del rey-. Hemos luchado en mil batallas juntos, y te vienes a morir en la última... Serás desgraciado... –continúa riéndose.
-Lo mejor siempre viene al final... –río como puedo, ahogándome con mi propia sangre-. Me voy al Valhalla con Odín y las valkirias... Espero verte por allí...
-Descuida hermano, disfruta del néctar de los dioses... –se ve que quiso llorar, pero no lo hizo. Sólo sonríe y vuelve a apoyar su frente en la mía-. Saluda a mi familia de mi parte... –comenzó a reír, pero de una forma más pausada, aguantando las lágrimas.
-Te estaremos esperando... 

Siento como todo se va oscureciendo. Cada vez respiro más lento y pausado, la sangre baña lo que queda de mi cuerpo y hace que se me obstruya la garganta. Cierro los ojos y sonrío, soltando una última carcajada antes de perder el conocimiento. El frío se apodera de mi cuerpo. Yace ya muerto en el suelo y un soplo de aire hace que deje de ver y oír. Tras todo lo que he vivido, por fin ha llegado mi final, y que mejor forma de hacerlo que en el campo de batalla, junto a mis hermanos y hermanas. Ahora encomendaré mi alma a las Valkirias, y daré gracias por dejarme vivir para luchar en la última batalla.